La casa de las hermanas by Charlotte Link

La casa de las hermanas by Charlotte Link

Author:Charlotte Link
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa Variada
Published: 2011-02-13T23:00:00+00:00


CAPÍTULO 16

Julio de 1919

Rosas de color amarillo y rosa trepaban por las paredes de piedra de la pequeña cabaña. Entre ellas se apretujaban arvejas, y las espuelas de caballero azul zafiro resplandecían al sol. En medio de la hierba alta y mullida del jardín crecían, aisladas, amapolas de un rojo pálido. En un manzano nudoso, ancho, corpulento e inclinado a causa del viento procedente del mar y de las frecuentes tormentas, maduraban rojas las manzanas. Sobre el muro que cercaba el terreno se paseaba un gato blanco y negro. Bajo los acantilados, al otro lado del jardín, el mar resplandecía de un azul turquesa en el que se destacaban los penachos blancos de las crestas de espuma. Ese día, la bahía de Staintondale centelleaba bajo la luz del sol. La extensa meseta entre Scarborough y los Moors del norte de York, lúgubre en otras ocasiones por su pobreza y soledad, ese día se extendía encantadora y floreciente bajo el cielo despejado.

Era difícil calcular la edad del hombre que salió de la cabaña y parpadeó al sol. Tenía el pelo gris y un poco largo, y una barba también gris le cubría la cara. Pero la piel bronceada era lisa y sólo alrededor de los ojos se veían algunas arrugas. El hombre debía agacharse para pasar por la puerta. Era alto y no estaba encorvado, como a menudo están los ancianos. Contempló a las dos mujeres que subían por el sendero del jardín, bordeado de nomeolvides. Llevaban una pesada cesta entre las dos. Él no sonrió, pero tampoco se puso serio. Parecía que las visitas ni le alegraban ni le disgustaban.

Detrás del hombre apareció un perro. Sin duda era muy viejo, y sus pupilas, cubiertas de sombras azules y blancas, delataban que apenas veía. Pero conocía a las visitantes y meneó la cola majestuosa Y acompasadamente.

—Buenas tardes, George —dijo Frances.

Llevaba un vestido claro de verano y un sombrero de paja sobre la cabeza. El vestido tenía estampadas unas flores azules que daban algo de calor y color a sus ojos.

—Llegamos más tarde de lo previsto. Lo siento. Hemos tenido un reventón justo después de Scarborough. Por suerte, han pasado dos chicos que nos han ayudado.

—De todos modos, había olvidado la hora —dijo George. Cogió la cesta y la dejó en el suelo—. Cada vez pesa más —constató.

Alice se apartó el pelo húmedo y pegajoso de la cara.

—¡Dios mío, qué calor hace hoy! Ni siquiera aquí arriba corre una brizna de viento. ¿Tienes algo de beber para nosotras?

—Espera —dijo George, y desapareció dentro de la cabaña.

Alice se sentó en la hierba, con la espalda apoyada contra el tronco del manzano. Parecía cansada y estaba pálida. Tenía la cara perlada de sudor.

—Pensé que no saldríamos nunca de esa carretera —murmuró.

Frances miró a su amiga con una mezcla de irritación y compasión. Alice se quejaba a menudo. Para ella hacía siempre demasiado calor o demasiado frío, los días eran demasiado tormentosos o bochornosos, demasiado oscuros o claros. También sufría sin cesar de enfermedades indeterminadas que ni ella ni nadie podía clasificar con exactitud.



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